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  • Foto del escritorSilvia Felipe

El falo (o del poder que mueve el mundo)

Actualizado: 21 ene 2018


Poder. Dinero. Autoestima. La carrera de derecho. Un chalet en las afueras. Un deportivo. Un bolso de Chanel. Un rolex. Un hijo. En realidad, todo se reduce a lo mismo: el falo. Ese gran concepto que no dejamos de utilizar aquellos que pertenecemos a este extraño mundo que es el psicoanálisis. Esa absurda palabra que provoca que algunos de vosotros os escandalicéis, y otros, por el contrario, queráis saber más (ay, pillines...). En definitiva, todo gira alrededor del falo, mis queridos lectores.

 

En una entrada anterior os hablé sobre la falta, ese otro gran concepto en el andamiaje teórico del psicoanálisis. Pues bien, como vimos en ese post, el falo es la otra cara de la moneda de la falta. Uno no tiene sentido sin el otro, y ambos sirven para explicar, de forma sucinta, el funcionamiento del mundo. Pero, ¿qué es el falo? Y sobre todo, ¿por qué llamarlo así?

 

Comencemos con una breve introducción histórica para calmar a esas mentes escépticas. El culto al símbolo fálico se remonta a las grandes civilizaciones que nos precedieron. Ya en Egipto rendían culto a Min, una deidad que representaba la fertilidad y la vegetación. Del mismo modo, los griegos tenían a Príapo, un dios menor que también simbolizaba la fertilidad. Ambos eran representados con enormes falos erectos, y con ellos se rendía culto a la prosperidad y la fecundidad. También en Roma existía el culto a símbolos fálicos, y eran utilizados amuletos con forma de falo para evitar el mal de ojo. Pero no hace falta retrotraernos tanto en el tiempo para comprender el poder simbólico del falo. En la actualidad se siguen haciendo festivales dedicados a la fertilidad y la prosperidad de las cosechas en Japón. En el Hounen Matsuri se realizan procesiones con un pene de madera de unos dos metros y medio, y las calles están repletas de puestos de comida y souvenirs, muchos de ellos con forma fálica. Y por supuesto, para finalizar con este recorrido histórico, el falo es uno de los símbolos más importantes dentro del psicoanálisis. 


Al contrario de lo que popularmente se piensa, el falo en psicoanálisis tiene relevancia como referente simbólico. Lamento desilusionaros, queridos lectores, pero del pene propiamente dicho, nos interesamos lo justo... El primero en hablar del falo fue el padre del psicoanálisis, nuestro adorado Freud. Freud comienza hablando del falo como órgano sexual masculino cuando formula sus fases de desarrollo libidinal infantil; es decir, todavía no es referente simbólico. Tal y como encontramos en el diccionario de Laplanche y Pontalis, la fase fálica es una "Fase de organización infantil de la libido que sigue a las fases oral y anal y se caracteriza por una unificación de las pulsiones parciales bajo la primacía de los órganos genitales. Pero, a diferencia de la organización genital puberal, el niño o la niña no reconocen en esta fase más que un solo órgano genital, el masculino, y la oposición de los sexos equivale a la oposición fálico-castrado. La fase fálica corresponde al momento culminante y a la declinación del complejo de Edipo; en ella predomina el complejo de castración". Es decir, en esta fase, el niño o niña reconoce la presencia o ausencia del falo. O lo que es lo mismo, en el inconsciente de ese niño o niña se marca, o bien la presencia o bien la falta de un solo elemento: el falo. Y aquí nos encontramos con la dialéctica del tener o no tener (falo), que marcará el posicionamiento del sujeto en fálico o castrado. 

 

Tal y como explica Freud "la niña acepta la castración como un hecho consumado, mientras que el varón tiene miedo a la posibilidad de su consumación". Es decir, la niña observa una ausencia en sí misma respecto al varón, ya está castrada (anatómicamente), por el contrario el niño es consciente de la presencia de algo que la niña no tiene, lo que conlleva la posibilidad de que a él también se lo quiten (al igual que le ha pasado a la niña), con lo que aparece el temor a la castración. Visto de esta forma, parece sencillo, pero repito: esta dialéctica se fundamente en el hecho de tener o no tener, y se refiere a un tener "anatómico". Si vamos más allá, a un nivel simbólico, las cosas no son tan sencillas, y ni los hombres son todos fálicos, ni las mujeres unas castradas que han aceptado su falta (anatómica). Pero para comprender mejor estos dimes y diretes simbólicos, hemos de recurrir a Lacan.

 

Como ya he dicho, Lacan va más allá y hace del falo un concepto central en la teoría lacaniana como un referente simbólico. El falo se hace significante y opera en los tres registros lacanianos (imaginario, simbólico y real). Con él se realiza la primera represión, y con ello nos ganamos un lugar en esta existencia. Con el falo  se inaugura el inconsciente, la cadena de significantes, y nuestra condición de individuos. Pero vayamos más despacio, que estamos hablando de cosas serias...

 

Cuando el ansiado bebé nace, llega para ocupar un lugar que le ha de ofrecer la madre: ese lugar es el de su propia falta, y tras un primer momento en el que madre y bebé se encuentran en un estado fusional (estado de yo ideal), han de darse ciertos fenómenos (estadio del espejo, metáfora paterna) para que ese estado fusional se rompa, otorgando al bebé su carnet de sujeto diferenciado de la madre, de ser individual. Metáfora paterna mediante, se produce la escisión entre madre e infante: el padre es un significante que viene a ocupar el lugar de otro significante, el del falo. De esta forma, el falo como significante se reprime, y pasa a ocupar otro lugar, inaugurando el inconsciente reprimido como almacén de significantes que vendrán después. Esta frustración, vivida como primera castración, es reprimida y pasa al simbólico, constituyendo al sujeto como tal, como individuo de pleno derecho. Esta primera represión es llamada Represión Originaria Constituyente (ROC)

 

Intentando resumir, el falo como significante es un referente simbólico, y opera desde su ausencia. Tal y como dice Lacan "el Padre priva a alguien de lo que a fin de cuentas no tiene, es decir, de algo que sólo tiene existencia en cuanto símbolo". Todo nuestro aparato psíquico se estructura en base a una ausencia: la ausencia del falo como significante. Pero el hecho de reprimir este significante primordial (significante unario) al inconsciente, no significa hacerlo desaparecer por completo... De forma sigilosa, el falo sigue operando durante toda nuestra vida, y mediatizando nuestro comportamiento y manera de actuar en este mundo, desde el inconsciente en el que ha sido desterrado.

 

La forma que tenemos de enfrentar esta primera castración define lo que serán nuestros mecanismos de defensa en el resto de nuestras vidas. Y ahí radica su importancia simbólica: podemos acogernos a dicha ausencia y hacerla estandarte de nuestra psique, al modo fóbico. O por el contrario, podemos negar de plano dicha falta y pasarnos la vida intentando convencernos de que no tenemos tal ausencia, al estilo de las histerias de conversión. Y si ninguna de estas dos nos convence, podemos "elegir" no jugar, no posicionarnos y no entrar en ese debate del tener o no tener. Podemos quedarnos en el ser, como hacen los obsesivos, que como la estructura omnipotente por excelencia que son, son los únicos que pueden permitirse "ser falo". 

 

Pero todo es mentira, no os dejéis engañar por estos juegos de luces y colores del imaginario. Da igual el poder que tengas, o esa seguridad arrebatadora que transmites. Da igual lo fálico que te creas o lo mucho que abraces tu condición de castrado. En el fondo, todos somos lo mismo y todos tenemos lo mismo. Lo único que cambia, es la metáfora a la que queremos cogernos para disimular eso que ya sabemos: que el falo (su ausencia) mueve el mundo. Que siempre lo perseguiremos, aún sabiendo que se trata de una estéril empresa. Y puede que al final entendamos que el sentido de todo esto es, precisamente, eso: un enorme sinsentido...

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