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Foto del escritorSilvia Felipe

Seré lo que tú quieras que sea (o de la transferencia en psicoanálisis)

Actualizado: 21 ene 2018




Como una canción romántica en la mejor época de Álex Ubago, o como el eterno discurso de una fóbica patológica, el título de este post hace referencia a un concepto clave en psicoanálisis: la transferencia. Una canción de amor del analista, personalizada para cada paciente...

 

No voy a poner aquí definiciones teóricas de la transferencia porque no es el objetivo de este blog (y porque para eso, ya tenéis miles de páginas en internet y distintos manuales de referencia a los que acudir), sino que voy a dar mi visión personal sobre uno de los conceptos más complejos del psicoanálisis freudiano (os recomiendo que, antes de seguir leyendo, veáis el video adjunto en este post).

 

La transferencia es la herramienta fundamental con la que cuenta el analista, y como en tantos otros casos, se trata más bien de una posición prestada que toma el terapeuta en función de las necesidades del paciente. Hasta aquí, parece sencillo. Dicha posición hace referencia a figuras parentales u otras personas significativas en la vida del paciente. ¿Qué significa esto exactamente? Pues bien, la transferencia es el fenómeno por el cual el analista toma el papel de un padre exigente y castigador, una madre ansiosa y sobreprotectora, un jefe que nos machaca en el trabajo, una amiga que nos ha traicionado, etcétera. 

 

Más díficil todavía: el analista ha de ocupar dicha posición (y jugar el papel correspondiente) sin que el paciente sea consciente de ello, para permitir al paciente la repetición de ciertos conflictos (normalmente de la infancia) que no ha podido resolver, y que están eternizando ciertos fantasmas que fomentan la patología del paciente. 

 

La transferencia puede ser negativa o positiva: la positiva implica sentimientos de afecto hacia el analista, y la negativa enfado y hostilidad. Un buen analista tiene que saber ocupar bien ambas posiciones, porque durante una terapia, en ocasiones es necesario que haya una transferencia positiva (sobre todo al inicio, cuando se está formando la alianza terapéutica), y en otros momentos es beneficioso que la transferencia sea negativa (a veces es necesaria para conseguir un insight del paciente). 

 

Para aquellos que hayáis visto la serie Los Soprano, tenéis un ejemplo de transferencia erótica típica: el protagonista afirma estar enamorado de su analista "La quiero. Estoy enamorado de usted". A lo que la analista responde que en realidad no está enamorado de ella, sino que le ha atribuido ciertas características que echa de menos en su mujer y en su madre. 

 

Otro ejemplo, esta vez de transferencia negativa, es el que aparece en el video: la adolescente se muestra muy enfadada con el terapeuta, increpándole e insultándole, con palabras que destilan odio... pero este odio en realidad no está dirigido al analista, sino a otra persona. En este caso, gran parte de la patología de la chica está relacionada con una relación complicada con su padre, y es en esa posición en la que está colocando al terapeuta: la de un padre con el que sí que se atreve a discutir, y de esta forma, solucionar un conflicto que no deja de repetir.

 

El fenómeno de la transferencia es algo muy interesante a nivel teórico, pero puede llegar a ser muy desagradable para el analista y bastante incómodo para el paciente. A lo largo de mi terapia, mi analista ha ocupado la posición de padre, madre, novio, jefe, y todas aquellas personas con las que tenía algo pendiente de resolver. Desde una charla afectuosa, a una emotiva despedida o una desagradable pelea que aún hoy me provoca angustia. Y todas esas veces, mi analista ha sabido ocupar dicha posición con toda la responsabilidad que ello conlleva, siendo consciente de que sólo era una posición prestada, de que estaba actuando un papel por el bienestar de su paciente. Y esto, queridos lectores, no es nada fácil. No es fácil aguantar los insultos o las palabras de odio que realmente están dirigidos a otro, del mismo modo que no es fácil aguantar las falsas declaraciones de amor y adulaciones que nada tienen que ver contigo. Es algo que desgasta mucho, pero sobre todo, es algo que puede ser peligroso si el analista no ha pasado por un análisis propio, y se ha encargado de resolver sus propios conflictos. 

 

La transferencia es una de las herramientas más interesantes de las que dispone el psicoanálisis, y también una de las más difíciles, por la responsabilidad que otorga al terapeuta. No conozco una herramienta igual o parecida en otras corrientes, y desde luego, no sé de otra de tanta utilidad, porque una vez has sido paciente y la has sentido en ti, la comprensión de ti mismo que alcanzas después es de un valor incalculable. Pero no hay ningún manual que te diga cómo manejar bien las transferencias, ni con qué tipo de personas es mejor un tipo u otro. Es algo que aprendes a base de experiencia, de mano de tu analista y tu supervisor, y sobre todo de tu propio análisis. Es algo que acabas intuyendo, que con algo de suerte y mucho esfuerzo aprendes a manejar. Y es algo que puede llegar a fatigar mucho como terapeuta, pero que compensa con creces por cada paciente al que has podido ayudar. Porque, al fin y al cabo, si has decidido convertirte en psicoanalista, sabes que el esfuerzo merece la pena.

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