"El que esté libre de pecado, que tire la primera piedra..." O en este caso, el que esté libre de fantasmas, podrá lidiar con los fantasmas de los otros. En varios posts del blog he intentado poner de manifiesto la importancia de la figura del analista, en lo que a responsabilidad sobre el paciente se refiere. El post de hoy está dedicado precisamente a eso: el proceso por el que ha de pasar necesariamente una persona que aspira a ser psicoanalista.
Existen dos razones principales por las que una persona decide someterse a un psicoanálisis. Una es la necesidad de bienestar: cuando no nos sentimos bien con nosotros mismos, cuando sentimos que vivimos en un bucle de repeticiones del que no podemos salir, cuando las circunstancias de nuestras vidas nos han sobrepasado... En este caso, la patología impone la demanda de análisis: deseo comenzar una terapia para sentirme mejor. Pero existe otro caso por el que una persona demanda un análisis: quiero ser psicoanalista y me gustaría empezar mi análisis. Puede que en este caso ni siquiera existan problemas en la vida de la persona, puede que la patología no haya hecho acto de presencia, pero la persona que lo demanda sabe que es un paso necesario para alcanzar su objetivo de convertirse en analista.
La exigencia de pasar un análisis para poder llegar a ser psicoanalista no se impuso desde el principio... No fue hasta el año 1922, en el congreso de la Asociación Psicoanalítica Internacional, que se establece como requisito necesario. Pero no os quedéis con lo superficial: el análisis didáctico no es sólo un análisis por el que pasa el futuro psicoanalista, sino que se trata de un proceso mucho más complejo, profundo y laborioso que el que lleva a cabo un paciente normal.
Cuando empecé a formarme en teoría psicoanalítica me pareció completamente lógico el hecho de que hubiera que pasar por un análisis didáctico. Tal y como os expliqué en posts anteriores (sobre todo los de transferencia y contratransferencia), la posición que ocupa el analista en una terapia psicoanalítica puede llegar a ser peligrosa si no se ha pasado por un análisis previo. Peligrosa tanto para el paciente como para el terapeuta, ya que el analista está continuamente moviéndose en posiciones prestadas, y ostentando el lugar de Otro grande, es decir, de un Otro que tiene todos los conocimientos para la cura del paciente. Todas estas posiciones, este juego de interpretación, los papeles que el analista ha de asumir, todo ello es falso. El analista coge prestada esa posición única y exclusivamente porque el paciente lo necesita, y representa el papel de Otro grande para que el paciente pueda ubicarlo en la posición necesaria: un Otro al que admirar, al que respetar, en el que confiar. Pero durante un proceso terapeútico (sobre todo al final, antes de dar el alta), el analista se "desnuda" y le ha de mostrar al paciente que todo eran posiciones prestadas, papeles representados, y que los conocimientos para alcanzar su cura eran conocimientos que traía el mismo paciente, pero que no estaba preparado para ver. Siempre me ha gustado describir el papel del analista como el de un catalizador: un agente externo que posibilita una reacción, pero los elementos necesarios para dicha reacción ya estaban ahí. Es decir, lo necesario para la curación del paciente se encuentra en el paciente, el analista es el encargado de mostrárselo.
Hay una palabra que siempre viene a mi mente cuando hablo de herramientas y conceptos psicoanalíticos: responsabilidad. Empezar a manejar bien ciertos aspectos de la teoría psicoanalítica siempre implica tener cierta responsabilidad. Cuando empiezas a formarte en esta corriente, descubres un mundo desconocido hasta el momento: lapsus, sueños, interpretaciones, transferencias, fantasmas... Dominar algunos de estos conceptos puede ser muy interesante y atractivo para el neófito, y a veces es tentadora la idea de poner en práctica dichas herramientas en lugares que no se debe... Con la familia, la pareja, tu mejor amiga, tu grupo de amigos del colegio, etcétera. Todos hemos pecado en menor o mayor medida de cierto "terrorismo psicoanalítico" cuando estamos empezando y descubriendo la teoría. Pero llega un momento en el que ya sabes lo suficiente como para darte cuenta de lo que esconde ese lapsus que ha tenido tu madre, saber el significado de ese sueño que no deja de tener tu pareja, interpretar esa fobia que tiene tu amigo, o manejar las transferencias de un grupo de gente a la que acabas de conocer en una fiesta. Todo esto, queridos lectores, es psicoanálisis. Y todo esto, puede hacerte sentir mucho poder. Como un joven Peter Parker que aún no es plenamente consciente de su fuerza, y se siente embriagado por esas nuevas habilidades que posee. Aquí es donde la palabra responsabilidad adquiere toda su fuerza. Y aquí es donde podéis imaginar lo necesario que es para una persona que quiere dedicarse a ser psicoanalista el pasar por un análisis previo.
¿Pero por qué un análisis diferente al de un paciente normal, por qué más profundo, por qué más laborioso? La respuesta es clara: los psicoterapeutas (aquí ya no hablo sólo de psicoanalistas) trabajamos con lo más frágil de las personas: sus miedos, sus ansiedades, sus inseguridades... su salud psíquica. Y con un objeto de trabajo tan delicado lo mínimo es exigir una preparación en consecuencia: el psicoterapeuta ha de ser una tabula rasa.
Un psicoanalista no puede estar presente en la sesión con su paciente. Me explico: el yo del analista no importa en el encuadre terapéutico. Da igual cómo te llames, da igual si eres de izquierdas o de derechas, si te gustan los animales o te dan grima, si eres del madrid o del barcelona, si te gusta más la playa o la montaña... En sesión, con tu paciente delante, tu yo será de derechas si tu paciente necesita que lo seas, mirarás con amor las fotos de la mascota de tu paciente aunque odies a los gatos, te preocuparás de saber cómo ha quedado el Madrid en el último partido si a tu paciente le gusta el fútbol. De nuevo, volvemos a las posiciones prestadas y a los papeles representados. Y de nuevo, esto no es nada fácil de llevar si no le has dedicado un tiempo a tu análisis personal.
En un análisis didáctico te enfrentas a todas tus represiones, síntomas, fantasmas y complejos para que después, en tu práctica profesional, no afecten a tus pacientes. No importa cuán duro sea, lo largo que sea el proceso, lo arraigado que esté a tu yo: todo lo que forma parte de tu identidad es analizado, interpretado y asumido. No hay cabida para la negación, la sublimación ni otros mecanismos de defensa: la responsabilidad que vas a tener en un futuro es tan grande que no se te permite dejarte nada por destapar. Por eso el análisis por el que pasamos los que queremos dedicarnos a esto es más duro y complejo. Mientras que en un análisis clínico con un paciente normal se busca el bienestar del paciente, en un análisis didáctico se busca hacer al futuro analista consciente de la responsabilidad que va a tener.
El analista es un lienzo en blanco, por estrenar, con cada uno de sus pacientes. Y en ese lienzo no pueden haber conflictos propios (a modo de borrones) que puedan confundir al paciente en su terapia. Mi yo no importa cuando estoy en sesión con un paciente, y precisamente gracias al análisis didáctico, puedo desdibujarlo y aparcarlo para que no intervenga en la sesión. La persona que tengo delante se merece, como mínimo, tener la seguridad de que mis fantasmas son solamente míos y no van a hacer acto de presencia en esos 60 minutos que le pertenecen a él. Y aunque al final del día aparezca la Silvia fóbica, cansada y un tanto quejica, durante esos minutos la única persona que verá mi paciente será a su Otro grande.
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